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Colombia: El espejismo de la paz


Por Matilda Trujillo Uribe  I Febrero de 2018


«Pasmada de terror, atribulada por la fatalidad de su destino, Visitación reconoció en esos ojos los síntomas de la enfermedad cuya amenaza los había obligado, a ella y a su hermano, a desterrarse para siempre de un reino milenario en el cual eran príncipes. Era la peste del insomnio» Nadie entendió la alarma de visitación».

Pero la india les explicó que «lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido» [1]. Habiendo trascurrido mucho tiempo de aquel desasosiego, parte de los habitantes de Macondo fueron sobrecogidos por otra peste abismal: El espejismo de la paz.

A diferencia de aquellos tiempos primitivos en que las pestes aparecían natural y espontáneamente, ésta surgió de los avatares históricos del nuevo siglo en el que los que fueron rebeldes por más de cinco décadas, decidieron volver al redil del orden establecido y deponer las armas, a cambio de convertirse en un partido político y de las promesas de una élite gobernante que los quería ver abatidos y rendidos. Se trataba de la organización insurgente más numerosa y antigua de aquel territorio. La vida se organizó en el curso de casi cinco años, -tiempo irrisorio para el tiempo de la historia-, en torno a aquel discurrir. La dirigencia del grupo insurgente y la élite que gobernaba hablaban de paz, del fin de la guerra, de superar el conflicto armado; con gran fervor y dedicación discutían diferentes temas para dejar en letra sacra unos acuerdos en un papel que al pasar de mano en mano terminarían roídos y sucios, por los medios de comunicación se incubaba la idea de que se entraría en una nueva era, que habría sustanciales cambios que traerían la paz.


Grandes tormentos se desataban sobre la mayoría de sus habitantes a lo largo y ancho de ese territorio. El hambre, la pobreza y la miseria se extendían dejando una secuela de desventuras tan tristes como espantosas: niños y niñas morían por desnutrición, mujeres parián sin alimento, personas de todas las edades se veían tiradas como si fueran cualquier basura en las calles; salarios miserables, trabajadores, obreros, empleados, aprisionados y esclavizados; campesinos despojados de sus tierras y deambulado como parias sin destino, eran entre otras, las dolientes penurias y fatalidades que se vivían sin descanso. No faltó, quienes dijeran que una maldición había caído sobre aquel pueblo. Y cual caldero en ebullición, fungía sobre este mismo cuerpo social, amenazas, asesinatos, masacres, el encarcelamiento de sus habitantes por buscar justicia y cárceles de tortura, la represión a ultranza si se protestaba y otras barbaries.

Tal espanto no era casual, tampoco era una maldición, una ruin casta de execrable crueldad, que nada tendría que envidiar a los más canallas tiranos de todos los tiempos y lugares, ejercía todo tipo de afrentas, abusos, violación de los derechos del pueblo y una devastadora violencia para mantenerse en el poder y continuar acaparando y apropiándose de las riquezas que esa tierra pródiga y maravillosa ofrendaba a todos los que allí nacieren. No era de extrañar entonces, que campesinos, obreros, indígenas, trabajadores, empleados y desempleados, y otros sectores, se vieran impelidos a desarrollar todas y cuantas formas de lucha concibieran para liberarse de tan terribles tormentos. No era de extrañar que un grito de ¡basta ya! recorriera valles y montañas, no era de extrañar que la indignación, el dolor, la ira santa se sintiera en las fibras de esta pléyade oprimida y vilipendiada.

-15 campesinos asesinados por el ejército colombiano en Tumaco-
Crecía el anhelo de lograr una sociedad con justicia y equidad, en la que mujeres y hombres tuvieran paz y pan, se anidaba el anhelo de lograr un destino liberado del sometimiento de la casta insensible que se turnaba el poder. Lo que si fue extraño, fue aquel espejismo. La máxima instancia de la organización insurgente pareció no percatarse de que la intención del astuto oligarca que manejaba los hilos del poder no era la paz, ni finalizar la guerra, pues esa guerra con doctrina militar incluida[2] era la que ejercían para mantenerse en el poder. Sus obscuras intenciones eran arrasar cualquier asomo de rebeldía y dar fin a las organizaciones insurgentes, lo había intentado con su tenebroso antecesor por la vía militar sin lograrlo, ahora jugaba esta nueva carta pues al susodicho le encantaba el póker. Desarmarlos física e ideológicamente sería su triunfo, así podrían sin obstáculos hacer de las suyas, entre otras seguir con lo que su gobierno llamaba la locomotora minera. Por eso desde el comienzo mismo puso las más aberrantes condiciones, durante el trascurso sus actos y declaraciones [3] lo delataban y encima traía un prontuario nada recomendable, es decir el santo hombre no era de fiar.


La máxima instancia de aquella insurgencia hubiera podido darse cuenta de no haber sido poseída por los fuertes brotes de aquel espejismo del que nunca se supo si ese era su verdadero nombre, o si se trataba de otra novedad más, si no era exacto, bien le avenía. Además de generar una fiebre que subía y bajaba dependiendo de las vicisitudes del momento, presentaba otros extraños síntomas como el olvido -aquel al que refirió alarmada la india Visitación cuando descubrió la peste del insomnio-, olvidó la máxima instancia de aquella organización que con neoliberalismo no hay paz, olvidó las causas que dieron origen a su lucha, olvidó las palabras de los que consideraban históricos [4]. Otro extraño síntoma, era el de confundir los amigos con los enemigos y a la inversa, entonces decidieron que el astuto oligarca era su aliado para la paz, y le secundaron un premio nobel, simbióticamente creían que al dárselo a él, había sido entregado al pueblo.Creer a fe ciega en promesas y darlas por ciertas, demostrando al mismo tiempo con hechos y no con promesas su abnegada entrega, una unilateralidad que los dejo sin con qué negociar, ni un arroz, ni una mazorca, pues de tanto ceder terminaron en la inopia.


Afirmar algo cuando los hechos mostraban lo contrario, insólito síntoma, estaban asesinando inmisericordemente a gentes del pueblo, o sacaban a sangre y fuego a comunidades enteras de sus tierras y otras crueldades inconcebibles, pero seguían afirmando reiteradamente que había llegado el fin de la guerra [5]. El espejismo de la paz les había incubado a su vez, un sentimiento de mea culpa con golpes de pecho, en que invariablemente invocaban el perdón y la reconciliación.


El espejismo cual peste se extendió. Creía una parte considerable de un conglomerado llamado izquierda, que por la firma de unos acuerdos con quienes desde el poder ocasionaban tan grandes tormentos, llegaría la paz. No se percataron que los acuerdos estaban envenenados con el perverso medicamento neoliberal, no imaginaban tampoco que esa casta en el poder no les fuera a cumplir, y en aquel estupor que parecía de alarmante ingenuidad, seguían creyendo e insistiendo en que la implementación de tales acuerdos los conduciría a una paz completa, sostenible y duradera. Los límites con la realidad se hicieron tan difusos que las expectativas crecieron en una ardiente mezcla  de expectavias y  esperanzas que rayaban con el delirio: «sí es posible la solución política del conflicto con cambios en la institucionalidad, con cambios y garantías para ejercer la política libremente sin el temor de ser asesinado, desaparecido, perseguido, ni encarcelado.» Sin nada que demostrase y ningún argumento que soportara tal afirmación volvían sobre nuevas profecías cual pitonisas frente a las cartas adivinatorias: que habrían múltiples formas de participación social y política, de concertación y de respeto a los derechos humanos; que habrían carreteras, escuelas, hospitales, tierras para los campesinos.


Los hechizos del espejismo les hicieron concebir la idea de que tales acuerdos, tenían la mágica propiedad de trasformar un estado de cosas inherentes a la sociedad de la dominación y el sojuzgamiento, sin tocar las fibras que la sostenían y pasando por alto que la prioridad de la casta en el poder era la de preservar el orden económico, social y político establecido que les permitía tan enormes privilegios y reinar a sus anchas. Fue tanto el jolgorio, las subidas y bajadas, las opiniones de politólogos, el traqueteo de los medios, los ojos del mundo mirando cual obra de pasión durante este proceso, que los movimientos sociales y organizaciones populares creyeron que algo nuevo iba a ocurrir en Macondo. Al cabo de las mil y una noches tan alegres augurios se iban desvaneciendo, la realidad gritaba desesperada su verdad, se encontraba inmersa en la lógica de un sistema que llevaba la guerra en sus entrañas y por la que palideció Macondo aquel 6 de diciembre de 1928, cuando el ejército disparo a mansalva sobre hombres, mujeres y niños que en la estación protestaban exigiendo a la United Fruit Company, mejores condiciones para los trabajadores en las plantaciones bananeras. «Fue la terrible consecuencia, como dijera el coronel Aueliano Buendía, de haber invitado a los gringos a comer guineo».


Las cosas desde ese entonces no cambiaron, continuaron las masacres, y durante los días y noches de tan intenso discurrir, el cuadro de dolor, terror y muerte no cesaba: «Nos van a matar, en el norte del Cauca nos están matando y ni la Fiscalía ni el Ejército dan soluciones», «La Comunidad de Paz de San José de Apartadó denuncia que han visto movimientos de tropas del Ejército y los paramilitares que amenazan a los miembros de esta comunidad y cometen otras violaciones  a los derechos humanos», como éstos clamores, otros más surgían con angustia y alarma desde los distintos puntos cardinales. Se sabía que se estaba asesinando inmisericordemente a gentes del pueblo, a líderes y activistas sociales, a defensores de derechos humanos, tal cual, un genocidio en marcha. De detenciones arbitrarias, de amenazas, de hostigamientos, de la encarnizada represión, de la militarización y paramilitarización de los territorios y otros demonios. No obstante el día de la firma de los acuerdos, fotografía recorriendo el mundo-, apretón de manos, sonrisas, aplausos y demás, el dirigente máximo de los que fueron rebeldes declara: «Está triunfando la paz, no lo dudamos. Nos sentimos orgullosos de que Colombia siga siendo referente mundial de paz» [6]. El espejismo se había consumado.

Algunas anotaciones complementarias:

Un episodio de la extraordinaria novela Cien años de soledad de García Márquez, La peste del insomnio, me ha remitido por asociación, a la realidad que hoy vivimos en Colombia. Me he tomado la licencia de aplicarlo al discurso que a mi manera de ver emanó y se fue construyendo durante el proceso de negociaciones entre el gobierno y la dirigencia de las que fueron las FARC-EP y al que he denominado «El espejismo de la paz». El tema podría parecer extemporáneo, habiendo actualmente otro proceso en curso, situaciones como las elecciones u otras, y/o con lo ocurrido después de la firma de los acuerdos, más pese a lo puntual del momento, este proceso es cosa reciente y génesis de la actual coyuntura.




Ninguna de las elocuentes profecías se hizo realidad, nada nuevo ha ocurrido en términos de la anhelada paz, el mundo de horror no cesa con un genocidio en marcha y otros demonios, y no obstante el incumplimiento de los acuerdos por parte del gobierno, el discurso erigido durante este proceso se mantiene, es decir el espejismo está vivo y ronda por doquier atenazando la verdad. Amerita profunda reflexión. Otro proceso está en curso, los diálogos o negociaciones con el ELN, la experiencia anterior parece ser asimilada, mal podrían tropezar de nuevo y con la misma piedra, las diferencias ya son manifiestas.
Por supuesto lo que he expresado es una manera de ver, sentir e interpretar nuestra realidad hoy. No aspiro sea compartida y por el contrario se cuánto dista del grueso de la izquierda, y aquí quiero diferenciar ese difuso llamado de esta manera, en el que una parte ha perdido los límites con la derecha, o es una izquierda de derecha, esa parte que instigó a la dirigencia y grito loas al proceso en el mismo ánimo del representante de la oligarquía Santos y con la misma estigmatización y condena, su SI en el plebiscito, para ver acabada y amordazada esta insurgencia. Otra parte de esta izquierda, no obstante comprender o interpretar el conflicto armado como un conflicto que tiene raíces en profundas desigualdades sociales y económicas, fue poseída por el espejismo de la paz, -me disculparan, es mi sincera mirada-, esta izquierda sigue nadando en las aguas tibias del espejismo de la paz: Santos en un «pedestal» –aunqué le han bajado algunas gradas- el amargo desenlace en que se ve el proceso, «hecho aguas», «proceso fallido» y otras expresiones, en su decir es por culpa de la ultraderecha de Uribe.
Metidos en esa falsa polarización, se olvidaron del enemigo de clase y de la existencia de clases sociales, se salen de su argot las palabras socialismo, emancipación, incluso capitalismo y ahora como por obra y gracia de algún espíritu, se criminaliza la rebelión y hay que pedir perdón por esta afrenta a la clase en el poder. Guardadas proporciones y diferencias, es como si Bolívar tuviera que pedir perdón por sus gestas libertarias. A quienes vemos críticamente este acontecer, al parecer no nos es viable disentir, ser críticos, o ver las cosas de otra forma, da la sensación de estar haciendo un atentado a las buenas costumbres de lo «políticamente correcto». Nos queda continuar la lucha por una sociedad justa, equitativa, fraterna, liberada de los dominadores que nos han sojuzgado, para encontrar la paz por fuera del infierno del capitalismo salvaje y de este modelo neoliberal asqueroso. Que las sombras se hagan luz y avancemos unidos por ese nuevo amanecer.


Notas
[1] Fragmento de La peste del insomnio en la novela Cien años de soledad de García Márquez.
[2] La nueva doctrina militar del ejército colombiano deja claro que ni el gobierno colombiano ni su ejército se preparan para la paz sino para todo lo contrario: la profundización del control y la represión, criminalizando toda forma de protesta al considerarlas como parte del Sistema de Amenazas Permanentes (SAP) que, según los voceros militares, amenazarían la estabilidad luego de la firma del acuerdo final con las FARC, y se plantea convertirse en un ejército mercenario dispuesto a realizar operaciones internacionales bajo el tutelaje de la OTAN. Tomado de: kaosenlared.net









[3] Declaración Santos frente en el Congreso de la Asociación Colombiana del Petróleo:
"…si hay un sector que se va a beneficiar de esta paz, es éste… permítame muy brevemente contarles a ustedes, porque son los más interesados, en qué va eso y por qué lo único que esto les trae a ustedes son beneficios. A ustedes y cualquier empresario del país… nosotros diseñamos una hoja de ruta muy clara, con unas líneas rojas, con unas condiciones. Y que de esas líneas no nos íbamos a mover. No íbamos a negociar nuestro modelo económico… Que no íbamos ni siquiera a permitir que se discutiera… Si ustedes se leen con cuidado los acuerdos que ya hemos logrado, se van a dar cuenta que ahí no hay un punto, no hay una coma, que los afecte negativamente, ni uno…"(http://es.presidencia.gov.co/


[5] El fin de la guerra o el fin de la insurgencia. www.rebelion.org/noticia.php?id=210869
[6] Timochenko en discurso de cierre del Acuerdo de Paz www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=FARC-EP&inicio=0








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